Radix era un viejo pastor alemán con muy mal genio. Durante muchos años le tuve mucho miedo. Vivía un par de casas más allá de donde vivía yo. Todos los días, durante varios años, tuve que pasar por delante de su casa para coger el autobús.
Como ya sabía la hora, Radix me esperaba cada mañana en una esquina de su jardín, pegado a la valla que daba a la calle. Cuando me acercaba, él empezaba a ladrar furiosamente y no cesaba hasta que me había perdido de vista. Había veces que incluso seguía ladrando minutos después de haber pasado de largo. Lo escuchaba a lo lejos mientras esperaba el autobús para ir a clase.
Un buen día, cuando regresaba del colegio, no escuché sus ladridos. Seguí mi camino hacia casa y al pasar por delante de la casa de Radix, no lo ví. Me extrañó, pero no le dí más importancia.
Cuando llegué, vi a mi padre hablar con un hombre mayor. Cuando éste se marchó, le pregunté y me explicó que era el viejo Antonio, el propietario de Radix. Creo que discutieron porque mi padre parecía más nervioso de lo habitual.
Al día siguiente, todo seguía igual: Radix me recibió a su manera por la mañana y por la tarde. Le pregunté a mi padre por qué el perro del vecino me ladraba siempre, y no supo contestarme.
Pasaron varias semanas hasta que tuve la oportunidad de ver a Radix "al completo". Nunca lo había visto en un lugar que no fuera el jardín de su casa. Nunca le había visto las patas, la cola, la cabeza... y todo a la vez!! Desde la valla solo se le veía la cabeza y las patas delanteras. Ese día estaba en la calle, paseando con Antonio. Cuando me vieron, el hombre se dio la vuelta, agarró más fuerte la correa y empezó a caminar en dirección contraria a mí. Radix no me ladró. Ni siquiera lo intentó. Creo que debimos tener una expresión parecida, ya que nos encontrábamos en una situación muy similar. Se quedó mirandome varias veces, girando su enorme cabeza hacia mí. Pero siempre le seguían un tirón de correa y un grito.
Al día siguiente también lo vi en la calle con Antonio, pero esta vez sí me ladró desde la distancia. Así fueron alternándose días que me ladraba desde dentro de la casa y días que me ladraba estando de paseo con Antontio, hasta que un día, estando de paseo, Antonio se despistó. No me vio venir (yo ya hice lo posible por llegar de manera sigilosa, ya que así le ahorraba tirones al perro) y no tuvo tiempo de agarrar la correa con fuerza y, de un tirón, Radix soltó la correa de la mano del hombre.
Por unos segundos entré en pánico. Radix venia directo hacia mí. Fue entonces cuando Antonio se dio cuenta de mi presencia y empezó a llamar al perro a gritos. Radix o no le oía, o se hacía el sordo. Seguía su carrera hacia mí. Mi padre nos miraba desde la distancia, y un rápido vistazo hacia él obró "el milagro". Radix se detuvo a unos metros de mí. Cuando volví la cara hacia él, parecía otro perro. Se puso a oler no se qué en el suelo. Le veía la cola erguida y juguetona y me miraba con otros ojos. Yo seguía petrificado por el miedo. Tenía un pastor alemán de unos 40kgs, el cual por alguna razón me odiaba, a escasos metros. ¡Suelto! Antonio llegó lo más rápido que pudo y lo agarró por el collar. Ahí terminó nuestra aventura... ese día.
No me considero una persona conformista, y por aquél entonces, todavía menos. Ese día descubrí que Radix no me odiaba, y me propuse ir un poco más allá. También ese día fui consciente de la edad de Radix, ya que cuando se dirgía corriendo hacia mí, lo hacía cojeando. Su pelo no brillaba y su jadeo era muy fuerte. La carrera le pasó factura, pues pocos días después tuvo que ir al veterinario.
Una charla con mi padre me hizo entender que Radix era lo equivalente a un abuelete, sólo que éste no llevaba bastón ni nada que le ayudase a caminar bien. La charla fue muy triste, ya que mi padre me dijo que Radix se estaba muriendo. Una de las cosas por las que siempre le estaré agradecido a mi padre es por ser sincero conmigo. Esa sinceridad nos permitió, tras soltar un buen saco de lágrimas, planificar una "emboscada".
Al día siguiente entramos en acción mi padre y yo. El objetivo no lo teníamos del todo claro, pero mi padre me hizo caso y se fue a entretener a Antonio. Ese momento lo aproveché yo para ir a ver a Radix a solas. A mi padre no le hizo mucha gracia, ¿pero quién le dice que no a un hijo que llora?
Esa tarde disfruté muchísimo. Pude acariciar a Radix. Él me reconoció y pese a estar en su propio jardín (desde donde siempre me había ladrado) accedió a que me acercara. No se movía mucho, y cuando lo hacía, eran movimientos muy lentos y casi rozaban la torpeza. Pero su rabo se movía de lado a lado. Estuve varios minutos con él, mientras mi padre hablaba con el señor Antonio. Me costó muchísimo separarme de aquel animal. Lo hice con los ojos llenos de lágrimas y él se quedó tumbado mirándo cómo me alejaba y salía de su jardín.
Llegué a casa y mi padre tardó aun unos minutos. Yo le esperaba contento, con los ojos rojos de haber llorado pero muy satisfecho porque nuestro plan había salido bien. Le conté todo lo que hice y él apenas hacía muecas de sonrisa. Cuando terminé, me explicó lo que había hablado con el vecino. No fueron para nada buenas noticias. Radix estaba gravemente enfermo. Seguramente por eso no se movía. El veterinario le dijo a Antonio que los resultados de los análisis eran de un perro muerto. Le dijo que era muy extraño que un perro de su edad y en su estado, siguiera con vida.
Al día siguiente, por la mañana, fui a ver a Radix a su valla, pero no estaba en el jardín. Llegué por la tarde y tampoco estaba, y muy preocupado fui a ver a mi padre. No le pude preguntar nada, porque su cara ya me lo dijo todo... Radix se había ido...
Me arranqué en una llorera que me duró un buen rato. No podía parar de pensar en él y en esos momentos que apenas hacía 24 horas pudimos compartir. Cuando empecé a tranquilizarme, mi padre se acercó a mí, me puso la mano en el hombro y me dijo algo que jamás olvidaré:
"¿sabes? el veterinario le dijo a Antonio que no se explicaba cómo un perro tan mayor y tan enfermo podía seguir vivo. Yo sí lo sé. ¿quieres saber por qué? Pues porque no quería irse sin conocerte. Debes sentirte orgulloso de ello, ya que alargaste la vida de Radix y le diste el placer de conoceros, de compartir un ratito juntos... no lo olvides nunca, es una lección que nos dió el viejo Radix: aprovecha cada momento, disfruta."
Ese día, mi madre llegó a casa más tarde de lo habitual. Y cuando lo hizo, llenó la casa y mi vida de alegría, pues iba acompañada de un perro que había adoptado en una protectora.
Desde entonces, cada momento, cada mirada, cada siesta... todo lo disfruto como si fuese ese ratito que compartí con Radix. Creo que Dende, mi compañero perruno, lo sabe, pues él también disfruta mucho estando conmigo, y ambos lo pasamos fenomenal juntos!!
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