viernes, 28 de agosto de 2015

dependència?

Curiosejant pels discs durs que tenia mig oblidats a algun calaix he trobat aquesta il·lustració que vaig fer ara fa uns 3 anys. Ja llavors em plantejava dubtes al voltant de la relació que mantenim amb els gossos, i he pensat que ja que el 20 de setembre parlarem sobre els efectes i conseqüències de la dependència en la relació entre humans i gossos, aquesta il·lustració pot ajudar-nos a visualitzar un problema des d'un altre punt de vista :)



martes, 25 de agosto de 2015

10000 gracias!

Para celebrar y agradecer que hemos sobrepasado las 10000 visitas me he propuesto escribir sobre algo muy básico y elemental. Algo que condiciona el día a día la vida de nuestros compañeros perrunos y, por lo tanto, también la nuestra.

Me refiero a lo que podemos interpretar como protección de recursos. Esos comportamientos, de mayor o menor intensidad, que los perros hacen en compañía de otros perros o de personas.

En función de la intensidad de estos comportamientos, la situación puede quedar en una anécdota pero también puede comportar consecuencias desagradables. Un perro que "protege" intensamente algo puede resultar peligroso para él mismo y para los que le rodean.

Creo que deberíamos pensar acerca de cómo y por qué un animal social que tiene las necesidades básicas cubiertas (entendamos como necesidades básicas comer y dormir), que no tiene que competir por sobrevivir, llega a arriesgar su integridad para proteger, por ejemplo, una pelota. Algo no estamos haciendo bien.

Para entender esto mejor me he dedicado a observarlo en casa. Luna y Rudy son dos perros adultos (aunque desconozco la edad exacta de Rudy) que conviven desde hace poco más de años. Ya eran adultos cuando se conocieron.
Luna había convivido como "perra única" en casa durante gran parte de su vida, y con 9 años le toca compartirlo todo con un desconocido. Rudy por su parte no puso problemas. Lejos de pretender, de imponer o de exigir, Rudy se limitó a respetar todo lo que Luna le decía. Y lo que Luna le decía, básicamente, se reducía a una cosa muy simple que yo llamo la "ley del uso". Esta ley, como su nombre indica, trata de definir un principio muy esencial en la convivencia: lo que estoy usando, es mío. Este principio se puede aplicar a casi todo lo imaginable: sofá, camas, cuenco de la comida, del agua, cojín, caricias de las personas, rincón favorito...

Pero pese a la claridad del principio, la magia se encuentra en los matices. Lejos de ser una norma rígida e inflexible, se trata de un concepto abstracto y muy variable. Para los que sigan convencidos de que hay que ser estrictos en la aplicación de las normas, siento decirles que es algo más complicado. No hay un criterio fijo. Se valoran muchas cosas, de las cuales muchas todavía se nos escapan, para aplicar la norma de manera más o menos intensa.


Luna, por ejemplo, utiliza esta "ley" cuando algún cachorro o algún perro joven le atosiga. Busca algún palito, alguna piedra o algún papel para utilizarlo como excusa. Entonces se tumba con las patas delanteras sobre el objeto elegido y se queda quieta. Así permanece hasta que el cachorro o el jovenzuelo encuentra otra distracción. Si la situación se repite, la intensidad del comportamiento de Luna aumentará, llegando a gruñir o a enseñar los dientes. Normalmente esto es suficiente para que hasta el cachorro más juguetón o el joven más activo entiendan el mensaje: "estoy ocupada, no quiero jugar contigo."


Con adultos plastas, el comportamiento de Luna es mucho más intenso desde el principio, y puede llegar a soltar algún ladrido y algún bocado al aire si es necesario, cosa que nunca ha hecho con cachorros.

En casa la aplicación de esta ley es algo distinta entre Luna y Rudy. Se trata de algo muy sutil. Tan sutil que la mayoría de veces ni me doy cuenta. Pero de las que puedo observar he aprendido mucho. Por ejemplo que es un principio que está por encima de ambos, es decir, que tanto el uno como la otra pueden utilizarlo.

Rudy permitió mucho al principio, dejaba que prácticamente todo "lo usara" Luna. Él usaba sólo lo imprescindible (cuenco del agua, de la comida y espacio para descansar). Poco a poco fue usando más cosas, más espacios. A su ritmo fue ganando confianza y Luna tampoco fue nunca muy intensa en sus comportamientos, cosa que le permitía avanzar e integrarse rápidamente. Yo sólo intervine una vez, al principio. Durante los primeros días, Luna quería usar los dos cuencos de comida simultáneamente, dándose la situación curiosa de comer un par de bocados en cada cuenco para después salir disparada hacia el otro antes de que Rudy pudiera comer. Rudy no parecía saber cómo parar a Luna y un día que no bastó que yo me interpusiera en el camino de Luna, decidí llamarle la atención a Luna con un "prou!" en un tono más serio de lo que nos hubiera gustado a los tres. La reacción de Luna fue instantánea, paró y se dirigió al plato que tenía más cerca para acabar de comer. Pero cuando miré a Rudy vi en su cara algo parecido a decepción. Entendí que me había excedido pero no sólo en el tono o en la forma, también excedí mis competencias. Entendí que eso era algo que le habría gustado resolver a él. Que probablemente ya estaba en ello, fuera cual fuera el proceso, pero que en ningún caso mi intervención formaba parte de sus planes.

De esta situación podemos sacar varias conclusiones. Y sirve también para ilustrar lo que venía hablando sobre la rigidez de las normas de convivencia. Esta norma tan sencilla (lo que estoy usando es mio) es de una complejidad enorme en su aplicación. En cambio, conceptos tan complicados de poner en práctica los aplican y resuelven con una destreza impresionante si se les da la oportunidad. Y quizá la lección que deberíamos intentar aprender no es tan simple, ni tampoco tan complicada. Porque la magia vuelve a surgir cuando te das cuenta que nosotros también llevamos integrados códigos que nos permiten relacionarnos y comunicarnos con ellos, que solamente hay que saber buscar dentro de uno mismo para dar con ellos, y que una vez encontrados, resulta muy difícil volver a perderlos.

Los humanos tendemos a simplificar mucho las cosas complicadas y a complicar las cosas simples. Gracias a los perros y a lo que nos enseñan desde la más pura humildad podemos dar la vuelta y devolver el sentido real de las cosas.