miércoles, 22 de julio de 2015

La viga del ojo ajeno

Desde hace unas semanas recibo mails, veo imágenes y me llegan peticiones de firma de plataformas tipo change.org que tienen relación con un único tema: el asesinato de cientos, miles de perros que va a tener lugar en algun punto de la inmensa China y que según creo, forman parte de una especie de ritual para celebrar no se qué.

Bien, ante esto me asalta una duda, que plantearé al final de la entrada. Entre tanto, permitidme que exponga algunas reflexiones.

En primer lugar he de decir que soy completamente contrario al asesinato y a la tortura de ningún animal, sea donde sea. Aclarado esto me veo obligado a decir que no estoy informado sobre este tema en concreto. Es decir, no sé de qué va el supuesto ritual, ni el numero de perros sacrificados ni nada de eso. Pero esta entrada no va sobre eso. No me centraré en hablar de un caso concreto, sino que mi intención es utilizar ese caso como ejemplo de lo que quiero explicar.

Y es que no deja de sorprenderme la capacidad del ser humano para responsabilizarse y hacerse cargo de situaciones que, siendo más o menos "justas", ocurren a miles de kilómetros de distancia.

De forma habitual se abandonan y se maltratan animales muy cerca de nosotros. Pero eso no parece tan importante cuando aparecen casos tan grandes y tan mediáticos como el de China. Tenemos las perreras municipales (y refugios, casas de acogida, santuarios...) saturados de animales que esperan una oportunidad. Animales que han sido maltratados y/o abandonados sin que ello suponga problema alguno para nadie, excepto para los cientos de miles que se ven afectados (hablo de animales y de personas).

Cuando vi la cantidad de firmas que había recogido la mediática campaña del caso chino, primero me sorprendí agradablemente, y luego pensé que si una cuarta parte de la gente que se involucra en algo así lo hiciera también para cambiar algo de su entorno las cosas serian distintas. No hablo de que toda esa gente adoptara un animal. Me refiero a la capacidad que tenemos para intentar cambiar las cosas horribles que pasan a miles de kilómetros y a su vez permitir que al lado tuyo pasen cosas igualmente horribles y no mover una pestaña por cambiarlo.

Quizá si pensáramos más a menudo en lo pequeño lograríamos algún día llegar a cambiar lo grande. Pero sinceramente, me parece ridículo firmar para que no ocurra algo a diez mil kilómetros y no hacer nada para que no ocurra aquí. Y no hablo sólo de perros. Hablo de mataderos y granjas industriales en los que diariamente asesinamos vacas, cerdos, gallinas, pollitos, conejos... y un largo etcétera. ¿Os imagináis que en India organizan una campaña de estas para q dejemos de matar vacas? Son mucha gente, podrían dejarnos sin solomillos, sin bistecs... Por suerte para nosotros los hindúes parecen estar más pendientes de otras cosas y no parecen preocuparse por las aberraciones que hacemos aquí con lo que son animales sagrados para ellos. Alguno de nosotros pensará que bastantes problemas tienen ellos (seguridad, sanidad, educación, pobreza, natalidad...) como para intentar solucionar los de los demás, ¿verdad?

Pues quizá deberíamos aplicar nos el mismo cuento y dejar de involucrarnos en cosas que no van con nosotros para preocuparnos de las cosas que nos afectan de verdad.

viernes, 10 de julio de 2015

La individualización

Creo que vivimos en una sociedad inmadura que tiende peligrosamente hacia la individualidad en lugar de hacia lo colectivo, y eso, de la misma forma que cuando intentas modificar el cauce de un río, es ir contra natura y comporta muchas consecuencias.

Igual que nosotros, los perros son animales sociales. Pero hay una gran diferencia entre ellos y nosotros: los perros no deciden se “individualistas”, a los perros se les obliga a serlo.

Desde que el perro llega a casa, en muchos casos siendo un cachorro, experimenta sensaciones que probablemente nunca hubiera experimentado en un entorno más propicio y adecuado.

A partir de ahí y durante las primeras semanas y meses, el perro desarrolla unos códigos y unas herramientas muy funcionales para manejarse en ese mundo humano. Lamentablemente ese perro no siempre tiene una referencia que no sea humana en casa, es decir, no siempre otro u otros perros en casa para acompañar y guiar al recién llegado.

Muchos de los perros que están con nosotros viven solos. Eso complica mucho el desarrollo natural de un animal "programado" para crear relaciones sociales con otros miembros de su especie.

Esto se traduce, en muchos casos, en adolescentes “descerebrados” que se meten en líos y complican la vida a sus compañeros humanos (tiran desesperadamente de la correa, ladran a otros perros, se pelean…). En las ocasiones en las que se consigue cruzar este punto de inflexión en la convivencia humano-perro, la factura se presenta en forma de adultos inmaduros.

Recientemente comentaba Albert Vilardell que un gran porcentaje de los perros adultos que conviven actualmente con nosotros son inmaduros (cosa con la que estoy completamente de acuerdo). Yo creo que una gran cantidad de problemas de comportamiento que presentan los perros adultos (reactividad, miedo, problemas en las relaciones sociales con otros perros…) tienen relación directa con el grado de madurez emocional de cada individuo.

Como he dicho antes, los humanos somos conscientes (o no, pero eso ya es otro debate distinto) de que tendemos hacia la individualización, lo escogemos y lo aceptamos. Pero los perros no deciden dejar de ser perros, les obligamos nosotros arrastrados por nuestro estilo de vida, los aislamos en nuestras casas (incluso en residencias, refugios y perreras viven solos habiendo una gran cantidad de perros). Por no hablar de las diversas disciplinas deportivas en las que se fomenta ya no sólo la individualidad, sino también la competitividad y la rivalidad. Esto les supone una “factura” que además no permitimos que “paguen” porque socialmente no está bien visto que los perros discutan, se gruñan ni si quiera que se miren mientras arrugan el morro.

Creamos sin darnos cuenta perros-monos (o perros-chimpacés). Criamos y educamos a los perros en entornos muy humanos, obligándoles a hacer un esfuerzo por entender ese mundo. Pero no somos conscientes de que en este mundo, obligamos al perro a enfrentarse a su peor enemigo: la soledad. Y no sólo eso, sino que a cambio le exigimos una lista larguísima, casi interminable de cosas que puede y que no puede hacer. Y aún más: no permitimos, castigamos y corregimos casi cualquier forma de expresión natural del animal ante la soledad a la que se ve condenado (castigamos que llore cuando nos vamos, o cuando llegamos y se ha hecho pipi, o cuando rompe algo en nuestra ausencia… etc).

No es fruto de la casualidad que la mayoría de perros que visitamos sean adolescentes “descontrolados”, “descerebrados” y “problemáticos”. Generalmente son animales que están pidiendo a gritos la oportunidad de estar con otros miembros de su especie. Y es precisamente cuando más se les aísla de sus congéneres porque aparentemente “la lían”, “se pelean” o ladran, o…

Es muy curioso el desconocimiento general que tiene la especie humana de un animal con el que lleva tantos años conviviendo (cientos, miles de años de convivencia
humano-perro). Lo mal que interpretamos la naturaleza del perro nos conduce a situaciones tan paradójicas como la de un perro que ladra ferozmente a otros perros cuando va atado pero que una vez está suelto salta y juega con ellos (una situación mucho más frecuente de lo que os podéis imaginar).

Por suerte, hay una tendencia en educación canina que busca en la esencia del perro la forma más apropiada para educar y acompañar a nuestros compañeros a lo largo de sus vidas. De la mano de Albert Vilardell en Girona, y de Nicolás Planterose y Jordi Herrera por los alrededores de Barcelona vamos descubriendo una nueva forma de entender quizá no sólo la educación canina, sino toda una filosofía de vida basada en el respeto y la confianza, que se sale del camino recorrido para buscar una alternativa más natural y más acorde con el medio en el que vivimos.