Creo que vivimos en una sociedad inmadura que tiende
peligrosamente hacia la individualidad en lugar de hacia lo colectivo, y eso,
de la misma forma que cuando intentas modificar el cauce de un río, es ir
contra natura y comporta muchas consecuencias.
Igual que nosotros, los perros son animales sociales. Pero
hay una gran diferencia entre ellos y nosotros: los perros no deciden se “individualistas”,
a los perros se les obliga a serlo.
Desde que el perro llega a casa, en muchos casos siendo un
cachorro, experimenta sensaciones que probablemente nunca hubiera experimentado
en un entorno más propicio y adecuado.
A partir de ahí y durante las primeras semanas y meses, el
perro desarrolla unos códigos y unas herramientas muy funcionales para manejarse
en ese mundo humano. Lamentablemente ese perro no siempre tiene una referencia
que no sea humana en casa, es decir, no siempre otro u otros perros en casa
para acompañar y guiar al recién llegado.
Muchos de los perros que están con nosotros viven solos. Eso
complica mucho el desarrollo natural de un animal "programado" para crear relaciones sociales con otros miembros de su especie.
Esto se traduce, en muchos casos, en adolescentes “descerebrados”
que se meten en líos y complican la vida a sus compañeros humanos (tiran
desesperadamente de la correa, ladran a otros perros, se pelean…). En las
ocasiones en las que se consigue cruzar este punto de inflexión en la
convivencia humano-perro, la factura se presenta en forma de adultos inmaduros.
Recientemente comentaba Albert Vilardell que un gran
porcentaje de los perros adultos que conviven actualmente con nosotros son
inmaduros (cosa con la que estoy completamente de acuerdo). Yo creo que una
gran cantidad de problemas de comportamiento que presentan los perros adultos
(reactividad, miedo, problemas en las relaciones sociales con otros perros…)
tienen relación directa con el grado de madurez emocional de cada individuo.
Como he dicho antes, los humanos somos conscientes (o no,
pero eso ya es otro debate distinto) de que tendemos hacia la individualización,
lo escogemos y lo aceptamos. Pero los perros no deciden dejar de ser perros,
les obligamos nosotros arrastrados por nuestro estilo de vida, los aislamos en
nuestras casas (incluso en residencias, refugios y perreras viven solos
habiendo una gran cantidad de perros). Por no hablar de las diversas disciplinas deportivas en las que se fomenta ya no sólo la individualidad, sino también la competitividad y la rivalidad. Esto les supone una “factura” que además
no permitimos que “paguen” porque socialmente no está bien visto que los
perros discutan, se gruñan ni si quiera que se miren mientras arrugan el morro.
Creamos sin darnos cuenta perros-monos (o perros-chimpacés).
Criamos y educamos a los perros en entornos muy humanos, obligándoles a hacer
un esfuerzo por entender ese mundo. Pero no somos conscientes de que en este
mundo, obligamos al perro a enfrentarse a su peor enemigo: la soledad. Y no sólo
eso, sino que a cambio le exigimos una lista larguísima, casi interminable de
cosas que puede y que no puede hacer. Y aún más: no permitimos, castigamos y
corregimos casi cualquier forma de expresión natural del animal ante la soledad
a la que se ve condenado (castigamos que llore cuando nos vamos, o cuando
llegamos y se ha hecho pipi, o cuando rompe algo en nuestra ausencia… etc).
No es fruto de la casualidad que la mayoría de perros que
visitamos sean adolescentes “descontrolados”, “descerebrados” y “problemáticos”.
Generalmente son animales que están pidiendo a gritos la oportunidad de estar
con otros miembros de su especie. Y es precisamente cuando más se les aísla de
sus congéneres porque aparentemente “la lían”, “se pelean” o ladran, o…
Es muy curioso el desconocimiento general que tiene la
especie humana de un animal con el que lleva tantos años conviviendo (cientos, miles de años de convivencia
humano-perro). Lo mal
que interpretamos la naturaleza del perro nos conduce a situaciones tan paradójicas
como la de un perro que ladra ferozmente a otros perros cuando va atado pero
que una vez está suelto salta y juega con ellos (una situación mucho más
frecuente de lo que os podéis imaginar).
Por suerte, hay una tendencia en educación canina que busca en
la esencia del perro la forma más apropiada para educar y acompañar a nuestros
compañeros a lo largo de sus vidas. De la mano de Albert Vilardell en Girona, y
de Nicolás Planterose y Jordi Herrera por los alrededores de Barcelona vamos
descubriendo una nueva forma de entender quizá no sólo la educación canina,
sino toda una filosofía de vida basada en el respeto y la confianza, que se
sale del camino recorrido para buscar una alternativa más natural y más acorde
con el medio en el que vivimos.
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