martes, 24 de julio de 2012

El Complejo de Caperucita

Sí, me lo he inventado. No existe en psicología un complejo con este nombre (por lo menos que yo sepa). Pero, en cambio, si que existen personas que responden a mi recién inventado complejo de Caperucita. Es posible que conozcáis a más de una persona con este "problema". Normalmente se da en personas con cierta inseguridad.
El complejo de Caperucita lo sufren personas a las que no le gustan los perros o les tienen miedo. Normalmente sucede con perros de tamaño grande, pero nos sorprendería ver que también se da con bulldogs franceses, yorkis y otras razas pequeñas. Y es que el miedo no entiende de tamaños ni pesos.

Todos tenemos en la cabeza la escena del cuento de La Caperucita Roja en el que la chica está sentada junto a la cama de la abuela (que no es la abuela, sino el lobo). La chica, extrañada por la apariencia de la abuela, empieza a decirle "¡pero que orejas tan grandes tienes!; ¡y qué nariz tan grande!; ¡y qué ojos tan grandes!, y... ¡qué dientes más enormes tienes!".

Una situación similar se produce cuando una persona tiene miedo a los perros y otra persona, sabia donde las haya, le dice: "mi perro es muy bueno. ¡acércate! no te va a hacer nada. nunca ha mordido a nadie". Muy probablemente la persona sabia esté volcando toda su buena voluntad para que la otra persona pierda el miedo a su perro. También es muy probable que la persona sabia tenga razón, y que su perro sea muy bueno, muy tranquilo y muy cariñoso. Pero es todavía más probable que la persona que siente miedo esté pensando por dentro algo muy parecido a lo que la Caperucita Roja le decía a su abuela-lobo. Mientras uno dice: "mi perro es muy bueno" el otro piensa "ya, pero mira qué grande es"; cuando uno dice "acércate, no te va a hacer nada" la otra persona piensa "ya, pero mira que cabeza tiene, me podría arrancar la mano..." y mientras el propietario le dice "es muy bueno, nunca a mordido a nadie" la otra persona piensa "ya, pero mira qué boca y qué dientes más enormes tiene...".

Entonces se da una situación bastante frecuente (más de lo que me gustaría). El propietario intenta convencer a la persona que tiene miedo para que acaricie a su perro. Pero cuando la mano de la persona "miedosa" se acerca al perro, el perro ya no es ese perro cariñoso y tranquilo. Ahora es un perro desconfiado. Esto no quiere decir que vaya a morder a la persona. Ni mucho menos. Seguramente el perro acceda a ser acariciado y como mucho, se relamerá, bostezará y luego se sacudirá. Pero lo que vengo a decir con esto es que cuando nos relacionamos de manera desconfiada o insegura con un perro que no conocemos, el perro hará exactamente lo mismo. Es lo lógico. El perro no sabe quiénes somos ni qué vamos a hacerle.

Lo ideal en una situación así, siempre bajo mi punto de vista, sería marcharnos. No vamos a solucionar nada forzando la situación. Quizá mañana u otro día, cuando nos volvamos a encontrar y veas que mi perro va suelto y juega con niños, personas y otros perros, te lo miras de otra manera. 

Esto deberíamos tenerlo en cuenta cuando vamos por la calle. Tanto para la persona como para nuestro perro, lo mejor será no llegar a ese punto incómodo. El perro tampoco pasa un rato agradable si forzamos la situación. Y es casi seguro que el que más ganas tiene de solucionarlo es el perro. Pero atado no va a conseguirlo. Y si además lo sujetamos corto para que no haga "movimientos extraños", todavía menos.

Cuando vemos que una persona tiene miedo a nuestro perro, no deberíamos tratar de convencerla. Simplemente deberíamos respetar su estado emocional, empatizar con ella. Podemos hablar e intentar explicarle todo lo que queramos, pero el miedo no va a desaparecer por arte de magia. Es bastante más complicado que eso.

Pero lo peor de todo es cuando el lobo de caperucita vive con nosotros. Y es que cuando vemos que nuestro perro muerde, tendemos a ponernos en lo peor. Dramatizamos y demonizamos al perro (que hasta ese momento había sido un gran amigo) y lo vemos casi como un lobo de verdad, una fiera salvaje. Perdemos toda la confianza que teníamos en él en lugar de intentar ver porqué sucedió, qué le llevó a ese punto y qué podemos hacer para ayudarle. No creo que sea bueno para la salud ni para la convivencia compartir espacio con alguien de quien no te fías. Es entonces cuando se crea un clima de tensión constante en la casa. Ambos estamos alerta: yo estoy alerta porque no me fío de mi perro, y mi perro está alerta porque sabe que yo desconfío de algo y estoy preocupado.
Por ejemplo: mi perro se pone como una fiera con las visitas; como hoy tiene que venir el fontanero, yo ya estoy preocupado; mi perro lo nota y se pone alerta; intenta averiguar porqué estoy preocupado; conforme se va acercando la hora de la visita, mi estado de nerviosismo se incrementa, y el de mi perro también; cuando por fin llega la hora, llaman al timbre y mi perro, que lleva más de dos horas alerta, empieza a ladrar; yo me pongo más nervioso e intento hacerle callar; el perro relaciona mi reacción con la visita, y dos más dos siempre son cuatro: el perro entiende que lo que me preocupa son las visitas, y va a dedicarse a echarlas a todas.

Es un pez que se muerde la cola. Porque cuanto mayor sea la desconfianza hacia el perro, más intentará él ganar esa confianza perdida. Y os puedo asegurar que no siempre lo hacen de la mejor manera (siempre desde nuestros ojos, claro. ellos hacen lo que creen que es lo correcto). A veces se crea una tendencia en el perro a protegernos. Él sabe que algo nos preocupa, y que ese algo está relacionado con las personas que se acercan a nosotros, o con los perros que pasan. Y entonces decide alejar todos estos estímulos para que no nos preocupemos. Esto puede dar como resultado desde un perro que gruñe ante la presencia de personas hasta un perro que intenta alejar todo bicho viviente en 100m a la redonda. Esta situación aun nos hace estar más intranquilos y por lo tanto nunca llegamos a buen puerto. Nunca solucionamos nada porque ya salimos a la calle con la expectativa de "espero que no nos crucemos con nadie" y nuestro perro sale con la actitud de "no te preocupes, como nos encontremos con alguien me lo como".

Resumiendo un poco, el complejo de Caperucita tiene dos variables: personas con miedo a los perros (en general, como especie) y personas con miedo a un perro en concreto. Ambas variables pueden llegar a ser igual de perjudiciales, y dependiendo del perro, pueden llegar a ser igual de peligrosas. Por lo tanto, mi consejo es que si vemos a alguien con miedo a los perros no intentemos convencerle y "curar" su miedo. Y si somos nosotros los que tenemos miedo a nuestro perro por algo que ha sucedido, llamemos a un buen profesional que nos asesore y nos ayude a recuperar esa buena relación y esa confianza que teníamos en nuestro amigo.

jueves, 12 de julio de 2012

Sentencia favorable


Hacía tiempo que quería contaros una buena notícia. Ya está bien de historias tristes y serias. Aunque, en realidad, la buena notícia que quiero contaros es seria, muy seria.
Es sobre un caso que tuve. Me llegó "de rebote" como casi todos (alguien que busca ayuda, pica en una puerta y le mandan a la mía :P). El caso, resumiendo mucho, era sobre un perro reactivo que había marcado a personas. Tras hablar con los propietarios, concretamos una fecha para ver al perro y hacer una primera visita.
El perro (de unos 25-30kgs de peso) resultó ser un perro tranquilo, bastante equilibrado pero con cierta inseguridad. Sobretodo dirigida a individuos humanos adultos con la voz grave.
No era casualidad: el perro hacía poco tiempo que había tenido un incidente en el parque con un hombre. El incidente fue de la siguiente manera:
- chica jóven y guapa paseando un perro en un parque; chico vacilón se acerca a ellos e intenta acariciar o jugar con el perro; el perro gruñe (no se acercó de la manera más educada precisamente, y no respetaba su lenguaje); la chica se asusta un poco e intenta salir de esa situación; el chico sigue en su empeño y le dice a la chica que él es adiestrador, y que eso (el gruñido) lo soluciona en un momento; chico sujeta al perro por la cabeza y el cuello para "someterlo" y el perro suelta la boca. No llegó a morderle, le hizo una herida en el pómulo por el golpe, pero realmente se libró de un buen bocao. 
Tras este incidente, la chica y su pareja deciden hacer algo por su perro, ya que la inseguridad se agravó mucho a raíz de ese incidente y ellos también tenían miedo a que reaccionara mal en otras situaciones.
Lo que no se imaginaban es que el individuo en cuestión, el supuesto "adiestrador" de pacotilla, había ido a la policía nacional a denunciar al perro y a la chica que iba con él.
Bien, pues la buena notícia viene ahora: el juez, en un alarde de sentido común, culpó al denunciante (osea, al "señor adiestrador") redactando y firmando una sentencia absolutoria hacia la pareja y su perro y calificándolo como una acción torpe por parte del individuo. El juez indicó la imprudencia del individuo al querer hacerse amigo del perro a la fuerza.
Estoy a la espera de que me llegue la sentencia, ya que es un caso realmente interesante y la sentencia puede venir muy bien para casos similares. Si alguien está interesado/a en leer la sentencia o en que se la mande, que se ponga en contacto conmigo y se la pasaré por correo electrónico.
Hasta el momento no he tenido que volver al domicilio de estos chicos. Voy haciendo un seguimiento del caso y la evolución es genial. Realmente los chicos han hecho y están haciendo diariamente un gran trabajo con su perro (muchas gracias chicos!).
un abrazo a tod@s!!! hoy estoy especialmente contento!! :)

lunes, 2 de julio de 2012

Sábanas de piedra

Se despertó temprano, como todos los días. El Sol apenas empezaba a asomar tras las casas y edificios que formaban un horizonte escalonado y artificial.

Con energía y decisión caminó hacia la puerta. Seguía cerrada, pero le daba igual. Se había construido su propia puerta para poder salir. Se dejó las uñas rascando la pared durante varios días para lograr hacer un pequeño agujero que hacía las veces de puerta.
Como cada día, caminó por la calle durante unos minutos. Era tan temprano que no se cruzaba con nadie por la calle. No había personas que le entretuvieran, ni coches, ni bicis... En poco rato se plantó frente a unas paredes blancas. Las mismas paredes de cada día. 

Nervioso, empezó a rodear la cama de su amigo. Gemía, lloriqueaba y rascaba con las patas delanteras y con el morro. Pero las sábanas no se movían. El ruido le delató y tuvo que salir corriendo. Un vigilante venía gritándole y moviendo los brazos pero no pudo darle caza. Una vez fuera, se subió a una colina desde donde veía la cama de su amigo. Quizá la miraba pensando en otra cosa, pero su cara, otro día más, reflejaba esperanza. Un día más se tendría que volver a casa sin haber podido despertarle. 

Y es que cuando las sábanas de la cama son de piedra, despertar a alguien puede llegar a ser una tarea imposible.