martes, 8 de enero de 2013

y llegó Cora...

Había pensado una y mil veces en buscar un/a compañero/a perruno/a para Luna, pero se me amontonaban las preguntas: ¿estás preparado? ¿tendrás tiempo suficiente? y sobretodo: ¿cómo se lo tomará ella? 
La relación que mantenemos Luna y yo se basa en el respeto mutuo, y siempre me he temido que buscar un/a compañero/a pueda mandar al traste esa confianza.

Obviamente sobra decir que la intención es la mejor ya que Luna pasa muchas horas sola. Pero la intención no siempre es lo que cuenta (digan lo que digan) y no tenía la seguridad ni la certeza de que Luna aceptaría de buen grado la presencia de otro perro en casa.

A esto hay que añadirle que Luna, dentro de su inmensa sabiduría perruna, no es una perra a la que le guste en exceso jugar con otros perros. A sus casi 8 años, Luna prefiere relacionarse de manera tranquila. 

Con todo esto y muchas cosas más en la cabeza, no había manera de decidirse: no encontraba el momento, buscaba un tipo de perro perfecto para Luna, el sexo (¿hembra? ¿macho? ¿castrado/a)... y así iban pasando semanas, meses e incluso años y Luna seguía siendo la única perra en casa (a veces tenemos visitas perrunas, pero ninguna vive en casa).

Hace un par de meses, por circunstancias de la vida, Cora llegó a casa para quedarse. No hubo más opción. Cora es una Bulldog Francés un año más joven que Luna. Es completamente blanca excepto por una mancha negra que tiene en una de sus patas traseras, y es sorda (por eso describo su pelaje, estoy convencido de que ser tan blanca conlleva alguna carga genética ligada a la sordera). No era una perra desconocida para Luna, ni mucho menos. Cora era su "prima" (así la llamaba yo, porque era la perra de mi hermano). Pero a Luna no le caía demasiado bien su prima. Cuando había venido a casa de visita Luna la evitaba, y en caso de no poder evitarla, acababa gruñendo a Cora. Pero claro, a Cora, los gruñidos le entraban por una oreja y le salían por la otra (casi leteralmente jeje) y Luna se desesperaba.

Cuando me dieron la noticia de que tenía que ir a buscar a Cora para inmediatamente llevármela a casa, poco más que se me hizo un nudo en el estómago. Pensé: se acabaron los ratos de paz y tranquilidad en casa, se acabaron los paseos por la montaña con Luna (Cora es sorda, no la puedo soltar!!), los masajes, los juegos... Además... un bulldog francés?! Luna no tiene problemas con ningún perro de ninguna raza en particular, pero yo sí!!
El Bulldog es una de las razas más lacradas por la cría selectiva. Su apariencia robusta y fuerte esconde muchos problemas internos (alergias, intolerancias, problemas respiratorios...).

Pasé el primer día bastante enfadado conmigo mismo por lo que le había hecho a Luna y enfadadísimo con mi hermano (que por otra parte se caracteriza por aportar a mi vida luces de colores como Luna). Luna no mostraba comportamientos muy distintos, simplemente evitaba el contacto excesivo con Cora, y me pude permitir seguir con unas rutinas estables. El segundo día ya incorporé a Cora en uno de los paseos con Luna, aunque Luna gozaba de mucha más libertad que Cora. No me atrevía a soltar a una perra sorda que apenas sabía que yo era su nuevo compañero. Y Cora me sorprendió con un paseo increíblemente enriquecedor: no tiró de la correa, iba muy a su rollo y olía muchísimo el suelo. Era como si alguien le hubiera dicho lo que me gustaba, y ella se hubiera limitado a hacerlo sin rechistar.

Con el paso de los días, fui ganando confianza y me fui atreviendo a soltarla en sitios "controlados". De nuevo me sorprendí gratamente: Cora no se alejaba demasiado de mí o de Luna, nos iba mirando con frecuencia pero sin perder de vista el suelo y sus interesantísimos olores. Era como si estuviese descubriendo el mundo.

Semanas más tarde, llegamos a una especie de acuerdo: "yo confío en ti mientras no me demuestres lo contrario." Y así ha sido hasta hoy, que disfruto de paseos increíbles con dos perras geniales.

Escribiré más sobre Cora y sus aventuras en casa, pero ahora no me queda más tiempo.

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