martes, 20 de agosto de 2013

El perro sin nombre

Willy era un personaje muy particular. Mucha gente le odiaba por el simple hecho de existir. Él tampoco era demasiado amable con los demás. Era bastante grosero y antipático con la mayoría de gente. No se llevaba bien con sus vecinos y eso hacía que cada mañana despertara de mal humor y discutiese con alguien a las primeras de cambio.
Pero todo era distinto con su perro. Su relación era muy estrecha, Willy trataba a su perro como si de un camarada se tratase. Le hablaba, le contaba cosas y muchas veces lo utilizaba para insultar a alguien ("oye, ¿has visto a ese tipo tan asqueroso? se cree mejor que los demás porque va vestido con traje y lleva zapatos elegantes, y en realidad no es más que un trozo de...")

Conmigo Willy siempre se portó muy bien. Nunca me gritó ni me insultó por la calle. Y cuando no había nadie alrededor, me saludaba cordialmente. No me estrechaba la mano ni me sonreía, ¡faltaría más! Creo que nunca he visto sonreír a Willy (excepto cuando utiliza a su perro para burlarse de alguien). Un "Hola chico" era suficiente.

No me cruzaba con Willy diariamente, pero cada día surgía como tema en alguna conversación. Sus aventuras, sus historias, sus "logros", sus huidas de la policía... Era todo un personaje, sin duda. Para bien y, sobretodo, para mal.

Pero pocas personas se fijaban en su perro. Yo me preguntaba cómo una persona aparentemente tan irascible y malhumorada podía disfrutar de la compañía de un animal tan tranquilo y elegante. El perro no pertenecía a ninguna raza en concreto. Como decía Willy, era un perro de raza Perro. No tenía rasgos característicos de alguna raza concreta (por lo menos conocida) ni mostraba patrones de comportamiento muy marcados (de guarda, de pastor, de caza...).

Ambos vivían en la misma calle que yo en una casa de fachada descuidada, a juego con el jardín. Pero no vivían en la miseria, ni la casa se caía a pedazos. Yo creo que vivían muy bien. La casa cumplía las expectativas de los dos.

Un día pasaba por delante de su casa caminando y le vi en el jardín. Estaba cómodamente sentado, mirando un punto concreto de un árbol que se erguía a pocos metros por delante suyo. Entre Willy y el majestuoso árbol, echado sobre un costado y con la punta de la lengua fuera (pese a que tenía la boca cerrada), el perro. Me detuve un segundo para ver qué estaba observando ya que por la actitud de Willy parecía interesante y poco peligroso. No veía nada. Al mirar de nuevo a Willy me saludó con el clásico "hola chico" y le devolví el saludo. Su perro levantó la cabeza y sin mover el cuerpo, empezó a menear la cola. La cola sólo podía completar medio movimiento, ya que a mitad de recorrido se golpeaba contra el suelo. Esto no parecía importarle, y sirvió para que Willy sonriera y enlazara una frase totalmente nueva para mí: "chico, el perro se alegra de verte". No sólo era nueva, ¡sino que no era un insulto! No es que me esperara que Willy la tomara conmigo y empezara a insultarme, pero tampoco lo hubiera descartado.

Me dí cuenta de que llevaba casi media hora hablando con Willy cuando miré el reloj por primera vez. Sin haber sido consciente de cómo, había entablado una interesante conversación con uno de los personajes más "antisociales" del mundo mundial. Dio tiempo a hablar de mis estudios, de la situación laboral, de la sociedad... ¡hablamos de filosofía!

Cuando creí que había llegado la hora de irme le pregunté por el perro. No por su "raza", sino por el perro en sí. Hablamos sobre cómo había llegado a él. Me dijo que se presentó en su casa sin más. Un día fue a salir por la puerta y se lo encontró esperándole en la entrada. Sentado en la alfombrilla. Le miró a los ojos y parecieron entenderse. Willy necesitaba un amigo y el perro necesitaba un hogar. Así comenzaron su camino juntos. También hablamos sobre su temple, su sabiduría, su bondad extrema, su amistad incondicional, y todo eran alabanzas hacia el animal. Willy se deshacía en piropos, los ojos se le cristalizaban y su voz se quebraba cuando hablaba del perro. Entonces me di cuenta de que la gente no conocía a Willy. Y como un rayo, caí en la cuenta de que no sabía el nombre del perro. Willy no me lo había mencionado en ninguna ocasión durante la tarde. Le pregunté directamente, ya que creía haberme ganado suficiente confianza durante esa conversación como para permitirme ciertos "lujos". Su respuesta también fue directa: "- no tiene nombre, chico" y amplió su respuesta segundos más tardes:
"- llevo hablando contigo toda la tarde y no necesito saber cómo te llamas para saber quien eres, cómo eres y lo que piensas y opinas sobre ciertos temas. Tampoco necesito saberlo para saber que tu compañía me es agradable. Que tu conversación es entretenida y que tienes unas inquietudes emocionales de lo más habitual en un chico de tu edad. Todo eso no me lo dice tu nombre ¿sabes? Además, nombres hay muchísimos, pero aún así, todos se repiten. Yo creo que eso nos resta individualidad. Nos hace formar parte de un conjunto, llámalo X, y nos hace perder gran parte de nuestra esencia más pura. Un animal sin nombre es un Maestro de la Naturaleza. Chico, empiezan por ponernos nombres cuando no tenemos ni siquiera consciencia, y acabamos haciendo guerras contra nosotros mismos y matándonos sin saber por qué...
Yo no le deseo tanto mal a este granuja. De hecho, le deseo todo el bien del Universo. Es un maestro de vida, chico, todos lo son. Y no sólo los perros, no. También los gatos, los pájaros, las ratas... ¡lo son todos los Animales del mundo! Pero los perros son unos grandes sacrificados ¿sabes? Nadie, ningún animal que pretenda sobrevivir se acercaría tanto a los humanos como lo hacen los perros. Arriesgan sus vidas intentando cambiar la mentalidad "i-racional" de los humanos. Podría ponerte mil ejemplos, chico: perros que hacen payasadas cuando sus dueños están tristes, perros que intentan apaciguar discusiones familiares, otros que se juegan la vida ayudando a encontrar personas perdidas, u objetos extraños... hay miles de casos. Pero todos tienen nombres, ninguno es único. Por eso ninguno ha conseguido cambiar el mundo. Yo creo que el amigo aquí presente será el más grande de todos los perros. Hará lo que todos han venido a hacer, estoy seguro de ello. Aún le queda más de media vida por delante, y ya hace años que empezó la tarea."

Recuerdo que esa noche dormí fantásticamente bien. Me acosté con mil ideas dando vueltas por la cabeza, mil pensamientos a la vez. Yo creo que mi cerebro cayó rendido, y estoy seguro de que Willy tenía algo que ver en ello. Tanto era así que recuerdo haber soñado con la conversación de esa tarde, como si se repitiera la misma escena pero con una novedad, el perro hablaba. No recuerdo exactamente qué voz tenía ni qué decía, pero recuerdo que de vez en cuando metía baza en la conversación. La mayoría de veces coincidía con momentos en los que el perro y yo nos encontrábamos las miradas. La cuestión es que ni aún así, ni hablando el perro, pude averiguar su nombre.

La mañana siguiente me levanté de muy buen humor. Todo transcurrió con normalidad durante la primera hora. Entonces me dispuse a salir de casa, cogí las llaves y al pasar por la ventana me pareció ver un perro. Di un paso atrás para mirar mejor pero no vi nada, así que me dirigí a la puerta y la abrí.

Allí estaba él. Sentado en nuestra alfombrilla de entrada. Enseguida entendí lo que el perro venía a decirme. Cuando miré sus ojos no pude contener las lágrimas, y eché a correr como un loco hacia la casa de Willy. La casa estaba cerrada y aparentemente vacía. ¿Willy había salido? Tras un vistazo rápido a los alrededores pude ver una pequeña aglomeración de gente unos 100 metros más lejos. Fui corriendo y pocos metros antes de llegar escuché un comentario que me partió el alma: "- Ahora hay un loco menos en el mundo por el que preocuparse".
Caí al suelo torpemente. Ese comentario paralizó mi cuerpo y mi mente de tal modo que se bloqueó en el aire, en pleno paso de la carrera, y caí y rodé unos metros. Cuando al fin pude acercarme y vi a Willy no pude contener las lágrimas. Willy yacía en el suelo víctima de un atropello. El coche se detuvo unos metros más adelante y, apoyado en el capó aboyado y manchado de suciedad y sangre, un hombre esperaba su destino y buscaba respuestas evidentes con la mirada perdida en algún punto perdido del suelo. Imaginé que era el conductor y me propuse acercarme a él. Aparentemente tranquilo, el hombre no movía un sólo músculo. Quería preguntarle muchas cosas, gritarle, golpearle... ¡quería hacer justicia! Y fue entonces cuando volvió a aparecer el perro. Se cruzó ante mí y se detuvo. Me miró a los ojos durante unos segundos hasta que me paré yo también. Entonces dio media vuelta y volvió a caminar en dirección a mi casa. Yo no quería moverme pero el perro se detuvo de nuevo y me volvió a mirar.

Ambos empezamos a caminar en dirección a casa y durante el camino pensé sobre qué iba a hacer con el perro. Era una gran responsabilidad para mí. No me veía capaz de hacer algo así... y, al final, tomé la decisión más importante de nuestras vidas: el perro seguiría siendo un perro sin nombre lo que nos quedara de vida juntos!

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