Ayer por la tarde acudí a
un local social acompañado de Luna y Rudy. No suelen venir conmigo a este tipo
de sitios, entre otras cosas, porque creo que no son los mejores lugares para
pasear (se aburren, no pueden explorar, tienen que estar atados...). Pese a
todo, ayer decidí que me acompañaran. Iba a ser poco rato y al primer
indicativo de agobio por su parte, nos marcharíamos.
El local es como una
pequeña burbuja de tranquilidad en mitad de todo el ruido y gente que va a la
playa, a comprar o a pasear.
Alguna vez había
coincidido en el local con Rocky, un alegre y bonachón labrador de color
chocolate, de unos 5 años de edad y compañero de los propietarios del negocio.
Y ayer fue uno de esos días. La diferencia es que siempre que habíamos
coincidido yo iba solo, y pasamos buenos ratos de masajes, miradas y caricias.
Ayer yo iba acompañado, y
eso hizo que Rocky se comportara ligeramente distinto.
Nada más entrar por la
puerta vino a saludarme, pero se frenó a un metro aproximadamente cuando vio q
tras de mí entraban Luna y Rudy. Ellos fueron desde ese momento su foco de
atención.
Se acercó para saludar a
Luna primero, pero no se esperaba que el más pequeño de los tres fuera el más
macarra. Rudy se interpuso entre Rocky y Luna, frenando el enérgico avance de
éste y proponiendo una situación nueva: ahora hay que saludar a Rudy para poder
llegar a Luna. Y hasta cierto punto, la
actitud de Rudy se podría considerar "desafiante" para con Rocky
(plantado en pose de chulito, pecho fuera, cabeza alta, boca cerrada, orejas
tiesas...)
A todo esto me gustaría
destacar el hecho de que Rocky se movía libre y sin correa por el local (local
que además conoce perfectamente) mientras que Luna y Rudy permanecían atados a
una correa que sujetaba yo.
Como alguna vez ya he
comentado, el comportamiento de los perros puede ser muy distinto si van con o
sin correa, y ahí estaban los tres actores caninos para hacernos una
demostración in situ.
Pasados unos minutos,
Rocky seguía en su empeño por conocer a Luna, que permanecía echada junto a mí
en pose de esfingie. Rocky, desde la distancia, buscaba estrategias que le
permitieran resolver con Rudy sin entrar en conflicto para luego poder conocer
a la rubia, que se lo miraba todo con interés.
Habían pasado ya varios
minutos y las cuatro personas que
estábamos allí observábamos la situación sin intervenir. Pensé que tanta
atención no ayudaba a Rocky en su tarea, ya que éste no paraba de mirarnos.
Tenía la sensación de que le estábamos poniendo demasiada presión y decidí
intervenir. Comencé a hablar, explicando lo que yo veía que estaba pasando con
el objetivo final de distraer un poco la atención de las personas. De esta
forma, tanto Rocky como Rudy y Luna podrían tomar sus decisiones sin tanta
presión.
Dos de las tres personas
parecían estar muy interesadas en lo que explicaba, e incluso nos explicamos
anécdotas que ilustraban todo lo que allí estaba pasando. La tercera persona no
parecía demasiado convencida. Aguantó bastantes minutos sin hacer prácticamente
nada (básicamente chistaba a Rudy cuando éste gruñía a Rocky, cosa que me daba
más pie a seguir hablando y que preocupaba muy poco o nada a los tres perros).
Finalmente el muchacho no pudo contenerse decidió intervenir para
"solucionar" la situación.
Rocky había logrado
avanzar mucho en sus "negociaciones" con Rudy, hasta el punto de que
Rudy se había movido de sitio y ahora dejaba claramente el camino despejado
para que Rocky se acercase a Luna. Rudy se colocó todo lo lejos que la correa
le permitió y de espaldas a la situación. Pero Rocky había aprendido a tomar
precauciones, y no se dirigió directamente hacia Luna, sino que empezó a rodear la situación.
Esto fue lo que colmó el
vaso de paciencia de la única persona que intervino. Se levantó y se acercó a
Luna y a mí (Rudy estaba echado a unos dos metros de nosotros) a la vez que
llamaba a Rocky. Y ahí se produjo, para mí, la magia.
Rocky se acercó al
muchacho. Orejas hacia atrás, cola caída, paso lento, mirada al suelo... Rudy
abandonó su posición para volver a ponerse "en guardia", pero esta
vez no era por Rocky, sino por el muchacho que estaba intentando llevar a Rocky
hasta Luna.
La rubia, impasible,
seguía tumbada junto a mis pies. Rudy no podía acercarse porque la correa se
había liado con una pata de la mesa y fue Rocky quien se negó a conocer a Luna
en esas circunstancias.
Lo tenía muy fácil, a
escasos centímetros. Pero no se había pasado 20 minutos negociando con Rudy
para que ahora alguien mandara al traste sus esfuerzos, de manera que se negó a
acercarse a Luna. El chico trató por activa y por pasiva de convencer a Rocky.
Trató incluso de empujarlo en dirección a nosotros. Pero no hubo manera. Los 30
kgs de labrador chocolate se negaban a avanzar. Plantó su culo en el suelo y el
muchacho, de brazos fuertes, no pudo más que moverlo unos centímetros.
Y fue entonces cuando
creo que todos vimos el panorama: un ser humano tratando de explicar a tres
perros cómo se han de comportar los perros, y los tres perros negando la mayor
de la forma más elegante que sabían.
Esto suele pasar mucho más a menudo de lo que algunas personas puedan pensar. Y para
su desgracia el resultado no siempre es el narrado en esta entrada.
Finalmente, la situación
se solucionó cuando decidí marcharme, al cabo de pocos minutos. Con la excusa
de que la correa se había enredado con la pata de la mesa, solté a Rudy y éste
pasó olímpicamente de Rocky. Rudy se puso a olfatear y chafardear todo lo que
le rodeaba (como hace habitualmente) y Rocky finalmente pudo acercarse y
olfatear a Luna.
Fue volver a colocar la
correa en el arnés de Rudy y éste volvió a su actitud "desafiante".
Antes de marcharme miré a Rocky, que sonreía satisfecho (o esa fue mi
sensación, también podía ser que jadeaba agotado por la tensión de la
situación).
La intención del
muchacho era la mejor, estoy convencido, porque le conozco. Pero a veces olvidamos que los perros son perros y las
personas son personas.
Castigar o corregir el
gruñido es fatal para la convivencia con nuestros perros y perras. El gruñido
es necesario y vital para ellos y para nosotros.
Intentar mediar en una
situación de perros a menudo es más complejo de lo que nos pensamos; y tratar de
imponer nuestro criterio sin tener en cuenta lo que está sucediendo a nuestro
alrededor es, cuanto menos, temerario.
Rocky consiguió su premio: conocer a la rubia. Pero no a cualquier precio. En educación las formas pueden
ser tan importantes como el fondo, y el fin no justifica los medios. Es más,
los medios (o formas) a veces importan más que el fin. Como dice la letra de
alguna canción: "que no te obsesione el destino, lo mejor está en el
camino."
Salud y hasta pronto!