Muchas de las personas que nos cruzamos nos miran mal. Ponen cara de superioridad, de asco, de pena... y la gran mayoría hace como que no nos ven. Son pocos los que se acercan a nosotros.
Hace ya tiempo que comparto mi viaje con este señor. la verdad es que el camino no es fácil. Pasamos frío, hambre, sed. Dormimos donde podemos, cada día en un lugar distinto. Y lo que me resulta más duro es ver como el señor al que acompaño, pese a no tener nada, lo comparte todo conmigo.
Mi historia es muy corta y sencilla. Yo antes vivía en una casa. Con una familia. Todo parecía ir bien. Llegué muy jovencita a su hogar y todo eran caricias, mimitos y carantoñas. A las pocas semanas, empezaron a cambiar su manera de relacionarse conmigo. Empezaron a gritarme. Yo no le di importancia, hasta que un día tras el grito llegó el golpe. Me quedé paralizada. Pensé que eran los nervios, que traicionaron al humano y se le fue la mano. Pero no. día tras día se repetía e incluso iba a mas. Los gritos pasaron a ser algo habitual. Los golpes pasaron a sustituir a las caricias. Cuando apenas era una jovenzuela, recibí una paliza que me hizo abrir los ojos (y me dejó coja de por vida). Esos humanos no me querían en su casa. Por lo tanto, a la que tuve oportunidad salí corriendo. Caminé durante unos días. No sabía qué hacer ni dónde ir. Aprendí rápidamente que cerca de las casas amontonaban basura, y de ahí me alimenté. Al poco tiempo, vi un humano que estaba en mi misma situación. Su aspecto no era agradable, por lo que supuse que el mío tampoco lo sería. Ese debe ser el motivo por el que la gente se asustaba si intentaba acercarme. Pero ese humano no se asustó. Me miró y siguió buscando algo para comer. Mi sorpresa llegó cuando el hombre sacó algo del contenedor y me lo ofreció. Yo, que estaba muerta de hambre, acepté su oferta.
Desde ese día, caminamos juntos. Nunca me ha gritado. Nunca me ha pegado. Simplemente se limita a mirarme y sonreír. Le debo hacer gracia, porque a veces está muy serio, incluso llorando y cuando me mira, sonríe. Yo no hago nada, simplemente muevo la cola y le pongo caras. Jugamos a eso, a ponernos caras, aunque no se si él lo sabe.
El hecho es que estoy bien con él. Quizá hoy no tengamos para comer. Quizá no tengamos donde dormir esta noche. Pero a mi no me preocupa. Soy feliz con este señor. Él me habla, me acaricia. Algunos días incluso hasta jugamos! pero todo lo hacemos de corazón. Sé que él me quiere, y yo le quiero a él.
Llevamos años juntos. Caminando. Compartiendo un viaje que no termina nunca. Compartiendo nuestras vidas. A veces es curioso como aquél que no tiene nada puede dar tanto, y además hacerlo sin esperar nada a cambio.
Por desgracia es una historia demasiado real. Ojalá no hubiesen ni personas ni animales en este estado. No se cuando el resto de personas (las que están en mejor situación) aprenderán a compartir y a ayudar a los menos afortunados. Yo cómo el señor de la historia, no tengo mucho, pero todo lo que tengo lo comparto.
ResponderEliminarGracias Albert,espero que haga reflexionar a más de uno.